Capítulo 25: Conexiones desde el ciberespacio, Parte 2

>> miércoles, 15 de abril de 2009

Terminada la conversación por medio del chat con Isabel, el Dedos, que estaba como siempre sentado en su cuarto de azotea manejando hábilmente el teclado de su computadora, escucho el peculiar chiflido que el Bigotes emitía para llamarlo.

Apanicado por unos instantes, pensando que se había equivocado en algo con los discos de la última entrega, tardo unos momentos para asomarse por la orilla de la azotea e indicarle al Bigotes que lo vería en la tienda.

Para su sorpresa, el Bigotes no estaba en la tienda tomando su imprescindible caguama, sino que lo esperaba detrás del volante de un automóvil que veinte años atrás habría sido considerado de lujo y que ahora mostraba los claros deterioros del tiempo, abolladuras en las láminas y desgarres en las vestiduras interiores.

“¡Sube que te voy a llevar de viaje!,” le indicó el Bigotes.

“Hubieras dicho, no apague mis equipos y no le avisé a nadie.”

“Como si me permitieras hablarte fuera de esa mentada tienda y tuviera tu teléfono para avisarte. Y no te hagas guaje, sé muy bien que jamás apagas tus equipos. Aunque debes de tener un buen diablito instalado en el medidor de la luz porque casi no se mueve.”

“OK, me pescaste. Ahora les vas a dar aviso a los de la Compañía de Luz, o que onda.”

“No jodas, tener diablitos instalados es un deber cívico de todos los mexicanos. Por lo menos de los que vivimos en Tepito y cuidado que nos lo quiten. Por eso si la armamos. Todo lo demás que nos imputan son detalles menores. De una redada cualquiera se recupera, pero ya no poner diablitos es un castigo de pocos pantalones.”

“¿Y a donde me quieres llevar?,” sospechó el Dedos.

“Por ay… te quiero hacer un favor y quiero presentarte a alguien. Me caes bien y te lo mereces.”

En esos momentos la ratona, quien durante la conversación había bajado de su ruta procedente del trabajo, llegó a la altura del Dedos y lo saludó con un beso.

“¿Tu vieja?”

“No soy vieja de nadie, soy un ser humano independiente,” se indignó la Ratona.

“Bueno, en todo caso, mi Dedos, no tengo ningún impedimento para que nos acompañe.”

“¿Acompañarlos?”

“Me quería llevar a que conociera a alguien,” informó el Dedos.

“¿Vamos lejos?,” preguntó la Ratona apropiándose de la invitación.

“Ya sabes que en esta ciudad eso depende del tráfico. Si no hay nada atascado por allí, nos tardamos una media hora en llegar. Cualquier tardanza adicional es cortesía de los conductores de la ciudad de México que decidieron salir a dar un paseo al mismo tiempo.”

“Pues vamos,” sentenció la Ratona subiéndose al automóvil.

“Ya que,” agregó el Dedos subiendo también el resignado.

Una vez a bordo del automóvil, el Bigotes se transformó en todo un profesional del volante. Subió el volumen de su estéreo al máximo impidiendo cualquier conversación y atinando de paso al gusto musical del Dedos con la precisión de alguien que hubiera tenido el tiempo de explorar detalladamente la vasta colección de MP3 que el cibernauta tenía alojada en una de sus computadoras. Recorriendo hábilmente toda una serie de calles laterales para esquivar lo más posible el tráfico citadino, en poco más de media hora llegaron a su destino.

Con un último acelerón y una última y ruidosa explosión de su escape el Bigotes apagó el motor y cortando también la corriente en el estéreo.

El Dedos y la Ratona tardaron unos momentos en poder escuchar correctamente.

“No se extrañen, de mi amiga. La conozco desde hace mucho. Es toda una dama a pesar de las lenguas que hablan mal del oficio que ejerce.”

Dicho esto el Bigotes los invitó a bajarse del automóvil y los escoltó a la entrada del hotel Las Rosas, la sede de la organización de la Marucha.

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