Capítulo 25: Conexiones desde el ciberespacio, Parte 1

>> miércoles, 15 de abril de 2009

“¿Te has dado cuenta que en nuestro foro hay un personaje que participa mucho más que todos ellos y que parece un experto en computación ya que todo lo refiere al lenguaje de las computadoras?,” preguntó Rodrigo Palacios mirando por encima del monitor de su computadora hacia el escritorio de Isabel que se encontraba a unos metros de distancia en el otro lado de la oficina que ocupaban.

La oficina estaba ubicada en uno de esos viejos edificios de apartamentos construidos en la década de los 1950’s en la colonia Anzures y había pertenecido completamente al suegro de Rodrigo. Su suegra y su esposa poco a poco habían vendido los departamentos para solventar la lujosa vida a la que estaban acostumbradas y la oficina era el último que les quedaba. Rodrigo se había rehusado tajantemente a venderlo y la relación entre él y las dos mujeres se había deteriorado seriamente desde entonces.

Como todos los departamentos del edificio alguna vez había sido lujoso. Pero el tiempo y la falta de recursos para darle mantenimiento lo habían deteriorado visiblemente. A las paredes les urgía una nueva capa de pintura, los estucos del techo tenían que repararse y las tuberías del agua eran un desastre aunque funcionaban por ciclos de horas, lo suficiente para cubrir las necesidades del baño y lavar las tazas de café que tanto Rodrigo como Isabel consumían en grandes cantidades.

“Supongo que te refieres a ese personaje que usa el apodo de “eldedos”. Si, claro que lo recuerdo y hasta te he de decir que ha hecho grandes mejoras en la página del foro. Fue una gran idea permitirle tener acceso a los servidores.”

“¿Puede acceder a los servidores?”

“Claro, tú mismo lo autorizaste. Ya tiene meses que te lo pregunté y estuviste de acuerdo.”
“Me habrás preguntado en uno de esos frecuentes momentos de distracción. Pero en todo caso es una ventaja. Será posible que lo contactes. Me gustaría conocerlo en persona.”

“Eso es un poco más difícil. Recuerda que una de las claves de nuestro éxito es el anonimato de los participantes. Tu mismo ideaste ese estratagema.”

“Es cierto, y sigo pensando igual. Solo el anonimato nos va a permitir construir una verdadera democracia interior dentro del partido. Entre menos sepamos de nosotros mismos mejor. Pero en este caso tengo que hacer una excepción.”

Isabel se levantó de su escritorio y fue a la cocina llevándose las tazas de café vacías para rellenarlas. Ir a la cocina era toda una proeza ya que el camino pasaba por cajas apiladas, muebles que se habían desechado de la casa de Rodrigo y estaban embodegados en el departamento. Sin embargo Isabel, después de recorrer el mismo camino varias veces al día, sabía perfectamente como esquivar los peligros y regresó después de unos momentos con las tazas llenas de un café cuyo aroma invadió la oficina.

Se recargó en la orilla del escritorio de Rodrigo y lo miró fijamente: “¿Se puede saber qué es lo que está maquilando tu mente detrás de esos ojos, jefe?”

“No lo sé realmente,” contestó Rodrigo con una sonrisa, “es un algo que rebasa lo racional. Estaba leyendo justo ahora una aportación de “eldedos” y tuve la imperiosa necesidad de conocerlo. Una necesidad que ni yo mismo me puedo explicar. Llámalo premonición, deja vú, magia o como quieras.”

Isabel lo miró fijamente por unos instantes más y regresó a su escritorio: “Déjame ver qué puedo hacer. Todo va a depender que tanta información haya dejado en sus datos de registro. Si no dejó nada va a ser un poco más difícil. Habría que esperar que se ponga en línea y active el chat del foro.“

Rodrigo miró su reloj y se incorporó de un salto: “¡Ya se me hizo tarde otra vez! Tengo que ir a asesorar una tesis. No te lo había comentado. Es un alumno que apenas me lo ha pedido. Nos vemos y te encargo mucho lo de “eldedos”. Necesito conocerlo, necesito que esté en el IFE pasado mañana y necesito que esté con nosotros en Palenque.”

Dicho esto salió de la oficina como un torbellino e Isabel se quedó mirando largo rato la puerta que se había cerrado detrás de él murmurando algunas imprecaciones casi inaudibles. Si algo le molestaba es no saber todo lo que sucedía en la cabeza de ese hombre que era su jefe y que tanto hubiera querido que fuera otra cosa…

Menos de media hora más tarde, Isabel tuvo que aceptar que la premonición, deja vú o magia, como la había llamado Rodrigo efectivamente tenía que estar mezclada en el asunto. Pudo chatear con “el Dedos” casi de inmediato y para su sorpresa, el cibernauta, la enteró de que a él le había sucedido lo mismo y llevaba un rato esperando frente a la pantalla del chat para que alguien se comunicara con él.

Acordaron, previa confirmación de Rodrigo, verse esa misma noche en el Sanborns de Insurgentes y San Antonio.

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Capítulo 25: Conexiones desde el ciberespacio, Parte 2

Terminada la conversación por medio del chat con Isabel, el Dedos, que estaba como siempre sentado en su cuarto de azotea manejando hábilmente el teclado de su computadora, escucho el peculiar chiflido que el Bigotes emitía para llamarlo.

Apanicado por unos instantes, pensando que se había equivocado en algo con los discos de la última entrega, tardo unos momentos para asomarse por la orilla de la azotea e indicarle al Bigotes que lo vería en la tienda.

Para su sorpresa, el Bigotes no estaba en la tienda tomando su imprescindible caguama, sino que lo esperaba detrás del volante de un automóvil que veinte años atrás habría sido considerado de lujo y que ahora mostraba los claros deterioros del tiempo, abolladuras en las láminas y desgarres en las vestiduras interiores.

“¡Sube que te voy a llevar de viaje!,” le indicó el Bigotes.

“Hubieras dicho, no apague mis equipos y no le avisé a nadie.”

“Como si me permitieras hablarte fuera de esa mentada tienda y tuviera tu teléfono para avisarte. Y no te hagas guaje, sé muy bien que jamás apagas tus equipos. Aunque debes de tener un buen diablito instalado en el medidor de la luz porque casi no se mueve.”

“OK, me pescaste. Ahora les vas a dar aviso a los de la Compañía de Luz, o que onda.”

“No jodas, tener diablitos instalados es un deber cívico de todos los mexicanos. Por lo menos de los que vivimos en Tepito y cuidado que nos lo quiten. Por eso si la armamos. Todo lo demás que nos imputan son detalles menores. De una redada cualquiera se recupera, pero ya no poner diablitos es un castigo de pocos pantalones.”

“¿Y a donde me quieres llevar?,” sospechó el Dedos.

“Por ay… te quiero hacer un favor y quiero presentarte a alguien. Me caes bien y te lo mereces.”

En esos momentos la ratona, quien durante la conversación había bajado de su ruta procedente del trabajo, llegó a la altura del Dedos y lo saludó con un beso.

“¿Tu vieja?”

“No soy vieja de nadie, soy un ser humano independiente,” se indignó la Ratona.

“Bueno, en todo caso, mi Dedos, no tengo ningún impedimento para que nos acompañe.”

“¿Acompañarlos?”

“Me quería llevar a que conociera a alguien,” informó el Dedos.

“¿Vamos lejos?,” preguntó la Ratona apropiándose de la invitación.

“Ya sabes que en esta ciudad eso depende del tráfico. Si no hay nada atascado por allí, nos tardamos una media hora en llegar. Cualquier tardanza adicional es cortesía de los conductores de la ciudad de México que decidieron salir a dar un paseo al mismo tiempo.”

“Pues vamos,” sentenció la Ratona subiéndose al automóvil.

“Ya que,” agregó el Dedos subiendo también el resignado.

Una vez a bordo del automóvil, el Bigotes se transformó en todo un profesional del volante. Subió el volumen de su estéreo al máximo impidiendo cualquier conversación y atinando de paso al gusto musical del Dedos con la precisión de alguien que hubiera tenido el tiempo de explorar detalladamente la vasta colección de MP3 que el cibernauta tenía alojada en una de sus computadoras. Recorriendo hábilmente toda una serie de calles laterales para esquivar lo más posible el tráfico citadino, en poco más de media hora llegaron a su destino.

Con un último acelerón y una última y ruidosa explosión de su escape el Bigotes apagó el motor y cortando también la corriente en el estéreo.

El Dedos y la Ratona tardaron unos momentos en poder escuchar correctamente.

“No se extrañen, de mi amiga. La conozco desde hace mucho. Es toda una dama a pesar de las lenguas que hablan mal del oficio que ejerce.”

Dicho esto el Bigotes los invitó a bajarse del automóvil y los escoltó a la entrada del hotel Las Rosas, la sede de la organización de la Marucha.

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Capítulo 25: Conexiones desde el ciberespacio, Parte 3

“¿Está doña Marucha?,” preguntó el Bigotes a la guapa y poco ataviada muchacha que atendía detrás del mostrador del hotel.

“Hasta la pregunta ofende, mi Bigotes, está en la oficina organizando quien sabe cuánta cosa. ¿Y esos?”

“No te preocupes, no la traigo a hacerte la competencia. Es una amiga y ese es su galán. Creo que lo vas a ver seguido por estos lares.”

“No tiene pinta de ser uno de los asiduos como tú, mi Bigotes.”

“Pues tendrás que enseñarle como serlo, mi Daisy. Pero en este momento anda acompañado. ¿Pa’ que quieres que la mujercita esta se le ponga celosa?”

El Bigotes continuó su camino sin esperar que el Dedos o la Ratona intervinieran y abrió la puerta donde estaba la oficina de la Marucha dando paso a una fuerte oleada de perfume.

“Hola, Maruchita, ya te traje al cuate del que te hablé.”

“Hola, mi Bigotitos,” saludó la mujer levantándose del escritorio y plantando sendos besos a todos los recién llegados para sorpresa del Dedos quien no sabía ni lo que le estaba sucediendo.

“No les dije que era toda una dama. ¿Quién en sus vidas los ha saludado con tanta efusividad y con besos tan encantadores?,” se jactó el Bigotes, “este es el Dedos y ella es su vieja, la Ratona.”
“¡Ya te dije que no soy vieja de nadie!,” estalló la señalada.

“¡Eso, así se habla! Ya basta de esos cabrones que quieren apropiarse de nosotras y nuestras vidas. La mayoría de ellos no sirven ni para un buen sexo. Todo se les tiene que enseñar. ¿Si vieras que trabajo me costó para que mi Bigotitos se convirtiera en buen amante? ¡Pero saliendo de aquí, bien educadito y todo, en la calle luego luego me lo vuelven echar a perder!”

“Ta bueno, pues, nomás decía.”

“Pues te voy a empezar a lavar la boca con jabón para que no andes diciendo. Vengan,” se dirigió al Dedos y a la Ratona, “se merecen que les dé un tour para que sepan que estamos haciendo. De seguro que el Bigotes no les dijo ni pio.”

EL cuarteto salió de la oficina y la Marucha se encaminó hacia las escaleras.

“Si quieres quedarte un rato con la Daisy, hoy no ha tenido con quien y tiene ganas, ya sabes que nuestra filosofía es un orgasmo al día, o el día está perdido,” le dijo al Bigotes sin esforzarse de ocultar que lo estaba ordenando, “yo me hago cargo de estos dos. ¡Vengan!, que lo interesante no está acá abajo sino arriba en el tercer piso.”

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Capítulo 25: Conexiones desde el ciberespacio, Parte 4

“Por experiencia propia sé que muchas cosas se comprenden con la vista,” retomó la Marucha una vez que llegaron al tercer piso del hotel, “¡qué sería de nosotras si tratáramos de atraer clientes sin exhibirnos! Si estuviéramos envueltas en burkas como las musulmanas, pobrecillas. Lo que yo, nosotras, estamos haciendo es la replacenterización de la sociedad y todo comienza aquí, en este cuarto que es nuestra iglesia. Aquí adentro es donde nos inspiramos y donde rezamos.”

Dicho esto, la Marucha les abrió una puerta que, a diferencia de las puertas restantes del hotel, contaba con un tallado de finísima manufactura. El Dedos dedujo que debió haber sido hecha en alguna parte de Asia y que con toda probabilidad era de sándalo. Una vez abierta la puerta, Marucha les cedió el paso para que la Ratona y el Dedos entraran primero.

Lo que vieron los dos jóvenes los dejó estupefactos. En el centro de la habitación estaba una gigantesca cama, la más grande que hubieran visto jamás, totalmente cubierta con pétalos secos y frescos de flores. A ambos lados de la cama, las paredes estaban cubiertas completamente con espejos y el fondo de la habitación estaba cubierto con cientos de imágenes y esculturas que representaban la sexualidad humana en todas sus facetas, desde las del acto sexual mismo, pasando por las representaciones genitales de ambos sexos, por las concepciones de la fertilidad hasta llegar a dioses con sus falos erectos y diosas con sus vaginas abiertas. La pieza central era un cuadro de arte cibernético que se llamaba "¡Y si Atlas fuera mujer!". Mostraba a una mujer desnuda cargando a la Tierra en sus hombros.

La Marucha les indicó a que pasaran hacia el retablo de imágenes y esculturas y se tomaran todo el tiempo que quisieran para apreciar lo expuesto.

Ambos jóvenes contemplaron todo ello fascinados. Estaban asombrados por la variedad, el rango del tiempo histórico que la Marucha había logrado exponer.

“Los seres humanos somos muy sencillos,” continuó la Marucha, “en realidad solo hay tres cosas que nos mueven, que nos mueven de a de veras. La comida, el dinero y el sexo. Nosotras, por razones profesionales estamos bien involucradas en éste último aspecto. Pero el sexo no es solo el sexo, es mucho más que eso. Es cultura, es relaciones humanas, es vida. Alguien alguna vez dijo que los políticos no van a hacer nada con el deterioro del ambiente hasta que no se den cuenta que se les están encogiendo los testículos, y es cierto. Los humanos solo hacemos algo cuando tenemos hambre o para no tener hambre, cuando algo nos cuesta nos movemos para que ya no cueste y bueno, cuando ya no podemos tener sexo a la mayoría se les acaba el mundo. Dios me ampare de que esto alguna vez me suceda.”

“Tienes razón,” comentó la Ratona, “aquí el Dedos se hizo famoso entre su gremio por un detalle sexual, ya luego te platicará, y si yo no me vistiera de minifalda y enseño la pierna a mis clientes no me comprarían ni un solo equipo. Hasta a las clientas les gusta luego que uno las ande seduciendo.”

“Entre nosotros, los hackers, hay un viejo chiste que dice que las computadoras solo se mejoran por cuatro razones: para tener satisfacer las urgencias sexuales, para los militares, para hacer dinero y para la seguridad, que no es otra cosa que garantizar que se pague por las tres cosas anteriores,” agregó el Dedos.

“Lo ven. El sexo no lo es todo, pero si es lo más importante junto con la comida y el dinero. En nuestra profesión tenemos la ventaja de que hemos logrado juntar dos de esas cosas. Eso siempre le ha dado envidia a la gente, sobre todo a los hombres que no ha descubierto las virtudes de tener sexo y ganar dinero al mismo tiempo. Los pocos que se atreven a hacerlo casi siempre andan disfrazados como una de nosotras y casi ni se nota la diferencia. Por eso en esta sociedad dominada por los hombres nosotras, las prostitutas siempre hemos tenido nuestras dificultades. Pero estamos haciendo cosas para que las cosas cambien. Hay miles en todo el mundo que lo están haciendo y estamos en contacto. Nos estamos organizando y cuando eso suceda va a estallar una bomba más grande que todas las revoluciones, más enorme que todos los arsenales nucleares, más significativa que la historia esa que platica la Biblia de que fuimos creados por un dios varón que ni siquiera le puso su semen al barro con el que formo a su Adán.”
La Marucha siguió su guía por el tercer piso donde había un espacioso comedor, una guardería, el consultorio médico y un dormitorio con varias camas que usaban aquellas que estaban enfermas, o que no tuvieran otro lugar a donde ir después de su trabajo. Otro recinto importante que había implementado la Marucha estaba inspirado en una tradición de los antiguos mexicanos y en su puerta estaba pintada una gran luna roja.

“En este cuarto nos retiramos y convivimos entre nosotras cuando estamos reglando. Antes trabajábamos incluso en esos días y tenemos las técnicas para que los clientes no se den cuenta. Pero aquí esto se acabó. Cada una de nosotras aporta una cierta cantidad para que todas tengamos un ingreso durante esos días y luego venimos aquí y hacemos cosas de mujeres. Chorchear, tejer, apapacharnos, en fin. Es muy intenso lo que sucede allí a dentro y muy importante para nosotras. No podríamos aguantar el ritmo sin esos desconectes. Pero la regla de la mujer es algo que tampoco no se respeta en nuestra sociedad. Quieren que seamos como los machos, que funcionan a todo lo que dan todos los días de su vida. Pero nosotras somos diferentes. El primer acto sexual que tiene que hacer la sociedad es respetar los ritmos del cuerpo de la mujer. Eso ya sería una mejora del tamaño del mundo.”

“¿Tienes algo que hacer hoy en la noche?,” preguntó espontáneamente el Dedos.

“Siempre tengo algo que hacer, pero también puedo hacer lo que tengo que hacer en cualquier otro momento.”

“Aunque todavía no me has dicho para que me quieres, ya se lo suficiente de ti para pedirte que conozcas a alguien esta noche. Y va a ser curioso. Porque yo tampoco no lo conozco todavía. Pero creo que el Bigotes me trajo aquí para que ustedes dos también se conocieran.”

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Capítulo 25: Conexiones desde el ciberespacio, Parte 5

Cuando Rodrigo e Isabel entraron al Sanborns de Insurgentes y San Antonio para encontrarse con el Dedos se sorprendieron mucho de encontrarse con una mesa de cinco personas, el Dedos y la Ratona, el Bigotes, y la Marucha que había invitado a Daisy, que los estaban esperando.

Sobreponiéndose al primer impacto, los dos miembros fundadores de Ollin México pronto se dieron cuenta de la importancia que cada uno de ellos podría aportar a la causa y acordaron un plan de acción inmediato para la reunión del IFE y dieron los primeros e importantes pasos para la de Palenque.

Hacia el final de la reunión, la Ratona, que había permanecido en silencio durante casi toda la velada, le preguntó a la Marucha:

“¿Me puedes enseñar?”

“¿Enseñarte qué?”

“Todo, todo lo que haces. Quiero aprender a hacer el amor como lo haces tu.”

“Bueno, no lo había pensado, pero si, supongo que podemos hacer algo.”

Isabel que estaba sentada a un lado y había escuchado el dialogo parando la oreja, intervino: “Pues cuenta con dos discípulas. ¿Cuándo empezamos?”

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